miércoles, 29 de octubre de 2008

La máquina de refrescos caducos

Subí al comedor de mi nuevo empleo por esas escaleras grises y empinadas que ascendían hacia un oscuro corredor, donde una luz destellante brotaba de la puerta como un reflector encerrado. Siendo la única guía de todos nosotros que buscábamos comer con tranquilidad, la seguí perdido en la oscuridad preguntando a mis adentros si encontraría un faro gigantesco, o un conjunto de luciérnagas aglutinadas en la pared, ocultándose del sol que por fuera las opacaba, pero lo único que encontré era una máquina de refrescos que emitía un ruido grave y constante. Parecían los ronquidos de algún viejo que ha dormido demasiado, y el sonido brusco de su garganta ansiaba estuviese a punto de asfixiarlo. Sin embargo, la fuerte luz de la máquina de refrescos parecía congelada en el tiempo, fija y cegadora para todos aquellos que entraban.

Dejé mi comida una mesa de aquel alumbrado pero difuso lugar, donde la fuerte luz de la máquina emblanquecía los muebles grises y las ventanas sucias. Los focos estaban rotos y no existían ventanas, solo había un mural viejo y sucio que simulaba la vida que por fuera no existía, lleno de tonos grises y ocres representando la única oscuridad del cuarto, además de los extraños seres que comían en las mesas, cubiertos de ropas grises y polvorientas.

Con una moneda escurridiza, me acerque y la introduje en el interior de la máquina de refrescos, hasta que el sonido al tocar fondo fue como el chillido de un roedor acabando de caer en una ratonera. Las miradas negras de los demás apuntaban hacia mí antes de que siquiera seleccionara la bebida de mi antojo, y con un disimulado pero decidido movimiento, cubrieron sus rostros con una tela fuerte y áspera, y retiraron la vista aguantando la respiración. Pulsé el botón, y la máquina iniciaba lo que parecía ser un ciclo de digestión acelerado, pues sus entrañas mecánicas burbujeaban, crujían y gruñían con furia intentando darme la lata de refresco que pedí. Comezó a sacudirse sin control, se alzaba del suelo como si estuviera a punto de volar y la luz parpadeaba como las intermitentes de un coche, avisando lo que estaba por venir. Vino un breve silencio, pero en seguida, la lata de refresco cayó con fuerza y una densa nube de polvo salió de aquella abertura, una nube gris espesa que sofocaba mis pulmones, sintiendo el polvo descender por mi garganta que me hizo toser y caer al piso.

El cuarto se tiñió de gris, de una ceniza industrial con olor a aceite, y yo saqué la bebida de la bandeja, donde un líquido espeso la cubría por completo. Recogí mi cambio y me levanté algo avergonzado, y cuando sentí aquellas monedas extrañas en mi mano, me percate de su fecha de circulación: “1972”, y en cuanto a la bebida, tenía un empaque que jamás había visto antes. Las letras del producto se fundían en el metal apenas perceptible, en una lata oxidada y al borde de estallar con la mas mínima presión. La tomé con miedo y respeto, sintiendo que estaba al frente de una pequeña bomba orgánica de contenido dudoso.

Las personas se apartaron de las telas que cubrían sus rostros, y uno de ellos, cubierto por aquel extraño polvo gris, habló a nombre de aquella extraña tribu que vivía en los interiores de los edificios, con su voz ronca y grave, como si nunca hubiese dado un sorbo de agua:
– Las bebidas de la máquina no son para tomar. La máquina es para dar luz en este oscuro rincón. Solo los ilusos como tú se han tomado la molestia en echarle dinero, y ve lo que obtuviste: un refresco podrido, cuyo sabor es mas desagradable de lo que aparenta. Ábrelo. ¬– Con cierto disgusto, tomé la bebida y la destape ante los ojos negros de aquel sujeto. En seguida, su gas estallo frente a mi, y de su interior emanaron restos orgánicos, sólidos y viscosos, como si los ingredientes primordiales del refresco hubiesen vuelto a su origen ante la ausencia de algún depredador. Su contenido se desparramó por todo el piso, y la pequeña lata se volvió una fuente de incesante de expulsión de tiempo, cubriendo mis zapatos de aquel líquido espeso ante los ojos de aquellos extraños espectadores. Sin embargo, su aroma distaba de ser repulsivo, en cambio, era dulce y placentero, incluso antojadizo, lo suficiente para darle un sorbo a aquella extraña sustancia guardada por el tiempo.
Puse mis labios con cierta repulsión en aquella lata, y lleve una porción de aquel líquido viscoso a mi boca… insípido, sin rastro alguno del sabor que con el paso del tiempo, había volado por los aires en aquel olor dulce. Su consistencia viscosa se asemejaba al dulce derretido, donde trozos se materia crujían entre mis dientes, y sin percatarme de los extraños espectadores que miraban el espectáculo del recién llegado, aplaudieron con sus manos ásperas en un grave eco que sonó en toda la habitación.
– La gracia de la bebida – Habló el hombre refiriéndose a la lata. – No esta en su sabor, sino en la consistencia y en su aroma. Son pocos los que pueden apreciar su verdadera cualidad. Entre mas vieja y oxidada sea, mayor intensidad tendrá su contenido. – Y en un arrebato repentino, arranca la lata de refresco de mi mano, y da un fuerte sorbo escurriendo el líquido viscoso sobre su cuello y su ropa, como si el contenido de aquella pequeña lata fuese interminable. Saciando su antojo, el hombre prosiguió hablando cuando mis piernas comenzaron a moverse involuntarias a mí, apartándome fuera de aquella tribu de raros oficinistas enfermos por el encierro. – No sabemos cuantas latas quedan en su interior, solo sabemos que esta máquina esta olvidada y jamás recibe productos. Racionamos las latas como algunos harían con el dinero, aullentamos a la gente y conservamos intacta la única fuente de luz en esta habitación, como si de tratase de un astro sagrado, pues finalmente, todos necesitamos alguna cosa que adorar para mantener la cordura en este encierro, ¿no lo crees? – Con una mueca de repulsión, regalé el fruto sagrado envuelto en su caparazón de aluminio a aquel hombre-sacerdote de aquella extraña sociedad de oficinistas, adoradores de una máquina que simula al sol. Me aparte de su vista, imaginando sus bocas repletas de aquella sustancia viscosa pensando en las consecuencias que puede traer un encierro prolongado. “1972” pensé en mis adentros, y estando de regreso en la oscuridad de los pasillos habituales, busque al tanteo una hoja y un lápiz, escribiendo con letras grandes la fecha de este día para recordar el momento que probé el refresco caduco del gran ídolo de luz artificial.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Crónicas distantes de un viajero en el tiempo

Todos tenemos algo de viajeros aunque permanezcamos quietos; y nos movemos a través del tiempo en cada instante que pasa. Ambas son constantes que forman los recuerdos y que alimentan la experiencia, siendo el lugar donde la acciones transcurren la única variante que determina nuestra personalidad. La muerte es nuestra hermosa dama, o tal vez un gentil caballero, que nos inspira a querer afrontar esa quietud en nuestros cuerpos, que nos imprime tonos opacos en la piel y una mirada blanca sin pupila, síntomas propios de la muerte.

Estas son crónicas de experiencias comunes vistas desde la mirada particular de un espectador, donde los eventos cotidianos se transforman en raras mezclas de realidades y sueños, mientras las emociones se apoderan del cronista, un viajero más a través del tiempo.