viernes, 7 de noviembre de 2008

Inquilinos anteriores

Me acababan de dar mi nueva oficina; un pequeño espacio claustrofóbico, con una brillante luz que iluminaba sus paredes blancas de tirol, en un ambiente frío y solitario. El eco de mi voz, así como el rechinido que hacía la silla, rebotaba sin cesar en las paredes del cuarto, al paso que caminaba contemplando mi nuevo hogar prestado. Sus dueños anteriores habían dejado atrás objetos sin valor, como unos viejos documentos en una caja sucia, un portafolio de piel con contenido dudoso, entre otros cachivaches que reflejaban el paso de las personas por esta singular habitación.

Algunos de sus pasados inquilinos entraban y se llevaban aquellos objetos sin valor de vuelta a sus manos. Yo los veía pasar como sombras sin rostros, solo siluetas que entraban pidiendo permiso, tomando sus cosas y desapareciendo de nuevo en los pasillos oscuros del lugar. Después de estos incidentes, y de tener por fín el cuarto vacío para poder poner mis propios objetos ridículos, comencé a revisar por curiosidad los cajones vacíos del escritorio que tenía. Su sonido hueco retumbaba en el cuarto, hasta el momento de llegar al último cajón en la parte inferior derecha del mueble. El cajón se resistió al ser abierto, pues en su interior estaba una bolsa negra conteniendo tal vez, otro bonche de documentos olvidados por otro dueño despistado. Tome la bolsa para ponerla en la entrada de la oficina esperando que su dueño reclamase el paquete, pero apenas saque aquel envoltorio, cuando una cabeza decapitada rodó por el piso hasta topar con la puerta, mostrando un rostro repulsivo que me miraba con desdicha, siendo la mirada que disparó hacia su asesino en un último acto de piedad. Una sustancia pegajosa había quedado impregnada en el piso, misma que brotaba del cuello de aquella cabeza, junto a un olor fétido y repugnante después de haber estado guardada por tiempo prolongado. Retrocedí aterrado hasta chocar con el librero tirando algunos libros al piso, apartando con asco mi mirada de aquel vestigio humano preguntando en mi interior: ¿qué demonios hacía una cabeza humana en mi escritorio?

Corrí fuera de la oficina, buscando calmarme y esperando la manera correcta de delatar aquel extraño suceso, sin parecer un loco desquiciado que esta sufriendo un ataque por el extraño regalo que algún otro oficinista sicótico hizo el favor de dejar en su cajón. Estando por gritar como el único recurso coherente para poder informar a todo el edificio de la variedad de objetos perdidos que dejan en las oficinas sus viejos dueños, fui interrumpido por la editora, tragándome el grito que explotó en mis entrañas, transformando mi voz en un constante tartamudeo de evidente terror. Entré a la oficina de la editora y no dije ni una sola palabra, pues ni siquiera tenía la voluntad de poder terminar un enunciado sin empezar a tartamudear con descontrol. Sin percatarme, el día se esfumó con rapidez, y no dejaba de pensar que cuando regresara a trabajar a mi nueva oficina, encontraría a la cabeza muerta de algún individuo, con sus ojos secos, y su expresión de dolor antes de deprenderle de su cuerpo. Mis ansias de alargar la espera fueron detenidas cuando no hubo mas de que redundar, y tuve que regresar al cuarto blanco que emanaba la fuerte luz de aquel oscuro pasillo: mi temida oficina nueva.

Algo era muy cierto: no podía dejar aquel trozo de muerte en el piso como un adorno escalofriante de mi nueva oficina. Si iba a gritar tenía que ser discreto, ¿Qué pensarían de un loco que en su nuevo empleo se desquicia en sus primeros días?, así que con mucho cuidado, tomé la cabeza por el cabello grasiento, y la coloqué de nuevo en la bolsa negra, y la devolví al cajón, su viejo hogar mortuorio. Camine con aparente tranquilidad hacia recursos humanos, abordando a la encargada con algo de desconcierto, mordiendo entre mis dientes los deseos de gritar y desquiciar su razón con la agradable noticia, de que alguien olvidó un resto de cadáver en mi nueva oficina. Con mucha amabilidad, se ofreció a mirar a lo que yo con desconcierto expresaba con mis palabras secas. Llegamos a mi oficina, y con gran desición abrió el cajón del escritorio. Sonrió con timidez, algo que miré sorprendido pues esperaba que ella gritase por ambos, y cundiera en el pánico al que yo me negué. Pero su suave expresión me desconsoló, hasta el momento en el que me invitó a observar el interior del cajón: estaba vacío, ninguna bolsa, ningún resto del fétido aroma, o de la repulsiva imagen de la cabeza decapitada. En su lugar, había una lata de refresco con una nota amarrada con un listón. No puedo afirmar si me sorprendí mas de mirar la cabeza muerta, o su ausencia en aquel oscuro vacío.
– Comprendo tu molestia – afirmó – Muchos dejan cosas olvidadas en estos cuartos llenos de ecos. Yo misma dejé una caja llena de documentos sucios, y pasé por ellos apenas unas horas atrás. Esta era antes mi oficina. – Me sorprendió su aparente calma, como si nuca hubiese atravesado una circunstancia tan extraña como la que me había ocurrido, ¿o acaso éramos pocos a los que se les jugaban bromas aterrantes, que involucraban refrescos podridos y cabezas decapitadas?
– ¿Jamás abriste este cajón? – Le pregunte tratando de sacarle algún indicio de trastorno.
– Nunca, siempre estuvo con llave hasta que tu lo abriste. – afirmó – Pero considérate con suerte, pudieron dejarte algún presente mas desagradable que una lata nueva de refresco, ahora que si no la quieres, yo con gusto la tomaré. – Su tono ruisueño reflejaba su ignorancia de lo que podría ocurrir si destapase aquella lata de refresco, posiblemente descompuesta. Sin intenciones de que viviese aquel desagradable evento, me negué a sus intenciones, y ella salio de mi oficina ignorando por completo todo lo sucedido.

No dejaba de pensar el tiempo que pudo haber llevado la cabeza en aquel cajón, pensando en que tal vez era una tumba intencionada para aquellas expresiones de terror, y que yo al abrir ese cajón interrumpí su largo sueño. Queriendo pensar que todo había sido una mala jugarreta de mi mente cansada, abrí la nota sin saber que esperar, leyendo entre sus líneas las frases más inesperadas:

“Gracias por guardar el secreto”

Prendí la computadora y simulé un apresurado ritmo de trabajo, sin dejar de pensar que todo este tiempo me estuvieron observando, y que ahora, ese alguien sabía lo que había encontrado, y que sin embargo, se mostraba agradecido conmigo. Maldije el momento que abrí el cajón, guarde mi distancia del resto de los objetos extraños de mi nueva oficina y tiré la maldita nota a la basura. En cuanto a la lata de refresco… creo que la beberé después.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando estamos volteados, a nuestras espaldas los objetos nos miran y esperan el momento en que demos la vuelta para quedarse inmóviles, así creemos que fue solo una mera sensación.

Chido mano, una entrega más de la saga de la oficina. Ya me está dando miedo ver que hay detrás de las demás puertas.

MoNyOh dijo...

D= por conocer tu oficina, me imagine todo! todo!!
Ya me dio miedo de ver k hay en los cajones XD
t amo

cummori dijo...

impresionante!!!!....se me queman las habas por leer tu siguiente ocurrencia....felicidades hombre...exito rotundo!!!

MoNyOh dijo...

y ya ves? D= t dije que soñe extraño!
x cierto, recuerdame k te cuente un sueño re fumado k tuve hoy.
te amo!